A partir de la aproximación
a lo que no se ha de olvidar,
nos acercamos a lo inevitable
de unos labios humedecidos
por el antojo de un beso.
Y en la lejanía de lo no recordado
cristales rotos
decían otra cosa.
Caricias y deseos se amontonaban.
Intentaban que cristales
aún en proceso de solidificación
no se alcanzaran unos a otros.
Que lo único húmedo,
fuera un beso y lo procedente del deseo.
Y si la memoria
se empeña en pisar cristales,
que sea aquel paraguas que me prestaste
lo único que no es capaz de secarse.
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