En los momentos,
que dejo a mi alma caer,
al agujero de no volverás,
siempre encuentro una mano
a la que aferrarme.
Esa que dice que no.
Esa que yo mismo situé
de manera perenne.
La coloqué una pluma.
La entregué un papel.
Un por si acaso de mi corazón.
Un arnés.
Un salvavidas.
Por si a mitad de caída,
doy una hostia en la mesa.
Escribo en un verso te quiero,
o lanzo un beso a la razón.
Pues el que lubrica mi alma,
sabe lo que esconde,
ya que me conoce
como la madre que me parió.

Entradas relacionadas
This website uses cookies. By continuing to use this site, you accept our use of cookies.